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[Melancolía]
Te tenía tan lejos que anhelaba tu quijada;
alargada, ensanchada, disuelta;
clavada en mi cuello;
exprimiendo mis senos.
Veo, entre los recuerdos que archivé de ti,
el ombligo desierto, insípido y seco
que me regalabas cada 27 horas.
Extraño no penetrarlo con la humedad de mis palabras,
y me invade la nostalgia de lo que nunca hemos planeado.
Por acto reflejo, sé que echo de menos
escuchar los borbotones en tus flancos;
sentir la cascada de tu saliva;
ahogarme entre las risas con las que celebrabas tus deseos.
Sentada frente a las hojas,
mis dedos se intimidan con la tinta que plasmo en mi diario,
pero las palabras se quedan y a pesar de ser pecaminosas,
las recibe tu ombligo abandonado en el colchón,
y muy serio,
las absuelve sin condiciones.
La nostalgia de tu quijada me amarra a la cama;
tu mirada insiste en verme como la virgen que nunca fui.
Yo sonrío y entiendo que eres un tonto.
Me despido de ti y te saboreo por última vez.
Tú, ansioso, casi adivinas lo que hago,
pero sin seguridad alguna y por si acaso,
me clavas con tu saliva y remachas mis andanzas,
con tus deseos cantados al alba;
como en una poesía maldita,
como en una mentira hecha promesa,
como en una plegaria inútil.
Por mi parte, he dado vuelta a la pieza con que te atraía
pues te he dado jake mate;
y en medio de tu mar egocéntrico,
te aferras a la torre de tu soledad,
al rascacielos de tu abismo,
e inútilmente, te niegas a perder esta batalla.
No te haz dado cuenta que ambos hemos sacrificado nuestros imperios.
No te haz dado cuenta de que por ti y por mí, es que llevo luto.
Morbosos, arrodillados sobre un mar rojo;
miramos los restos del cadáver de nuestro idilio,
tirado,
desecho,
como un harapo desgarrado,
v e n c i d o …
Al final, nos tomamos de las manos;
nos sabemos culpables,
y enmudecidos,
no buscamos justificación a nuestra insensatez.
Sólo somos los asesinos maniaco-depresivos
que le han matado.
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